La situación en Haití se ha deteriorado significativamente debido a una combinación de factores históricos y recientes. En particular, la dependencia de los mandatarios haitianos de las pandillas callejeras ha contribuido en gran medida al actual estado de violencia y desorden en el país.
A lo largo de los años, Haití ha carecido de un ejército permanente o una fuerza policial nacional efectiva y bien financiada. Esta debilidad en las instituciones estatales ha permitido que las pandillas callejeras ocupen un lugar de poder cada vez mayor. Los líderes políticos han utilizado a estas pandillas como instrumentos para mantener el control y ejercer influencia, lo que ha debilitado aún más al estado haitiano.
El caso específico del ex presidente Jean-Bertrand Aristide es destacable, ya que fue conocido por utilizar pandilleros como parte de su estrategia política. Este tipo de asociaciones entre políticos y pandillas se ha convertido en una característica común en la política haitiana.
Además, la situación se ha visto exacerbada por la corrupción generalizada, la pobreza persistente, el legado del colonialismo y la interferencia extranjera. Estos factores han contribuido a un ambiente propicio para el surgimiento y fortalecimiento de las pandillas, que ahora operan con una notable autonomía e influencia.
Las pandillas, al igual que muchos políticos y empresarios, obtienen ingresos a través de actividades ilícitas como la extorsión, el secuestro y el contrabando de drogas y armas. Esta combinación de corrupción, debilidad estatal y poder de las pandillas ha llevado a lo que algunos expertos describen como un «estado de minimafia».
La actual situación en Haití plantea serias preocupaciones sobre el futuro del país y si será capaz de restaurar algún grado de orden y estabilidad. Sin embargo, dada la profundidad de los problemas estructurales y la complejidad de las dinámicas políticas y sociales, encontrar soluciones duraderas requerirá un enfoque integral y a largo plazo.
