En los últimos 16 años, el autismo ha experimentado un alarmante aumento en su incidencia, triplicando sus casos. Actualmente, se estima que uno de cada cien niños recibe un diagnóstico de trastorno del espectro autista (TEA), siendo más prevalente en varones que en niñas.
El TEA abarca una amplia gama de variantes, desde desafíos intelectuales y de comunicación severos hasta síntomas más sutiles. A menudo, los primeros indicios de autismo aparecen en los primeros dos años de vida y pueden coexistir con otros trastornos neurológicos o psiquiátricos, como el TDAH.
Las causas del autismo son complejas y multifactoriales, incluyendo factores genéticos, biológicos y ambientales. Aunque se ha identificado un componente hereditario, con más de cien genes asociados con el TEA, solo alrededor de un tercio de los casos se vinculan directamente a factores genéticos.
Recientemente, se ha puesto especial atención en el papel de la microbiota intestinal en el autismo. Investigaciones han revelado conexiones significativas entre el TEA y trastornos gastrointestinales, así como cambios en la composición de la microbiota intestinal de los pacientes.
Experimentos en ratones han demostrado que ciertas bacterias intestinales, como Lactobacillus reuteri, pueden revertir algunos comportamientos asociados al autismo. Estudios clínicos también han mostrado mejoras en habilidades sociales y de comunicación en niños con TEA que tomaron probióticos.
Aunque aún no existen terapias aprobadas para tratar directamente los síntomas del autismo, la comprensión de la relación entre la microbiota intestinal y el cerebro ofrece nuevas perspectivas. En el futuro, intervenciones que modulen el microbioma intestinal podrían mejorar los síntomas del TEA, ofreciendo esperanza a las familias afectadas.