Vivir con una pensión de 15,000 pesos al mes es una realidad que muchas familias dominicanas enfrentan a diario, y es un desafío que, para muchos, parece imposible de superar. ¿Cómo se puede vivir honradamente y ofrecer calidad de vida y educación a los hijos con una cantidad que apenas cubre lo básico? Las matemáticas no mienten: cuando los gastos de vivienda, alimentación, servicios públicos, educación y transporte se suman, esos 15,000 pesos resultan insuficientes.
Primero, el alquiler de una vivienda, incluso en los barrios más modestos, puede consumir casi la totalidad de esa pensión. A esto se le añade el gasto en agua embotellada, indispensable en muchos hogares debido a la falta de agua potable, y el gasto en electricidad, que es cada vez más elevado. Además, la compra de alimentos básicos como arroz, aceite, carne o productos de limpieza en el supermercado representa una carga constante que deja poco o nada para otros gastos esenciales.
El desafío es aún mayor cuando una familia tiene más de un hijo. El costo de la educación, incluso en las escuelas públicas, implica el gasto en uniformes, libros, útiles y transporte. Estas familias, muchas veces de cuatro o más miembros, se ven atrapadas en un ciclo de precariedad que las obliga a hacer malabares para llegar a fin de mes, dejando a los hijos con pocas oportunidades para el desarrollo personal y académico.
La desesperación puede ser tal que algunos llegan a pensar que no hay salida, lo que puede llevar a situaciones extremas de angustia. Vivir con esta «miseria», como algunos la describen, es un recordatorio constante de la profunda desigualdad social que existe en el país. Mientras tanto, un pequeño grupo en la cúspide de la pirámide social disfruta de sueldos que parecen irreales en comparación con el día a día de las familias más humildes. Es cierto que muchos de estos individuos han alcanzado sus posiciones gracias a estudios y logros académicos, pero la realidad es que el sistema no ofrece oportunidades equitativas. Aquellos que no tienen el respaldo económico de un «padrino» poderoso, ya sea en la política, los negocios o las fuerzas armadas, encuentran barreras insuperables para avanzar y prosperar.
El acceso a la educación, el empleo digno y las oportunidades de crecimiento están reservados para unos pocos, perpetuando un ciclo de exclusión que afecta a las generaciones futuras. Es difícil imaginar un cambio significativo en estas condiciones mientras el sistema continúe favoreciendo a una élite y dejando atrás a los más vulnerables.
Ante este panorama, la única esperanza parece residir en la fe. Se pide a Dios por la nación, por una transformación que permita que todas las familias puedan vivir con dignidad, con acceso a las oportunidades necesarias para crecer y prosperar. Pero la realidad es que, más allá de la oración, se necesitan políticas públicas que garanticen un salario digno y equitativo, acceso universal a la educación de calidad y oportunidades reales para todos, sin importar su origen socioeconómico.
Portada Nacional Por Richard Cabrera