¿Y si el próximo Jet Set es el Puente de La 17?

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Por ORLANDO ARIAS

A veces, las tragedias no solo nos estremecen por su crudeza, sino por la certeza de que pudieron evitarse. Lo ocurrido la madrugada del martes 8 de abril, cuando el techo de la discoteca Jet Set colapsó, dejando, de manera preliminar, más de 200 muertos y una cifra similar de heridos, no fue simplemente un accidente: fue una advertencia que ya venía dando señales, pero decidimos ignorar.

El emblemático centro de diversión, afectado por un incendio en 2023, siguió operando sin que —al parecer— se realizaran las reparaciones estructurales necesarias. ¿Cómo es posible que un lugar tan concurrido no estuviera bajo supervisión técnica constante? ¿Cómo permitimos que el entretenimiento se convirtiera, literalmente, en una trampa mortal?

Estas preguntas no solo nos invitan a buscar responsables. Nos obligan a mirar más allá del caso Jet Set. Porque esta tragedia es apenas la grieta visible de una estructura mayor: la del abandono, la negligencia y la falta de planificación que caracteriza muchas de nuestras instituciones.

Y si de grietas hablamos, hay una que se alza —enorme y amenazante— sobre el horizonte capitalino: el puente Francisco del Rosario Sánchez, más conocido como el Puente de La 17.

Construido en 1974 durante el gobierno de Joaquín Balaguer, este puente fue símbolo de progreso. Hoy es un reflejo del deterioro. Oxidación en los tensores, fisuras en la losa, vibraciones anómalas… Todo indica que su estructura está al límite.

Según un informe técnico no oficial de 2022, elaborado por ingenieros estructurales independientes, se identificaron corrosión severa en los tensores, fisuras en el tablero, desprendimientos en las juntas de expansión y fatiga en los anclajes principales.

Estos elementos no son detalles menores. Son la columna vertebral del puente. Su falla no solo implicaría una tragedia similar a la del Jet Set: podría superarla en magnitud y horror.

A diario lo cruzan más de 80,000 vehículos, según datos de la DIGESETT. Además, comunidades enteras viven bajo su estructura, como si no supiéramos —o no quisiéramos saber— que una catástrofe nos acecha en silencio.

Pero sí lo sabemos. Lo que pasa es que, como sociedad, hemos normalizado el riesgo. Hemos aprendido a vivir entre estructuras corroídas, techos agrietados y paredes que ceden. Y lo peor: hemos aceptado que solo actuamos cuando ya es demasiado tarde.

Lo ocurrido en Jet Set no puede quedar en la indignación del momento. Debe marcar el inicio de una revisión urgente —y profunda— de todas las infraestructuras públicas y privadas en riesgo. El Ministerio de Obras Públicas, las alcaldías, el CODIA, el Congreso Nacional… todos deben asumir con seriedad este tema. No se trata de alarmismo, se trata de prevención.

Las tragedias no avisan, pero sí dejan señales. Techos colapsados, puentes corroídos, edificaciones comerciales sin certificación estructural, comunidades improvisadas bajo estructuras obsoletas. Las señales están por todas partes. La vida de miles de ciudadanos depende de que esta vez las escuchemos y actuemos a tiempo.

Me niego a aceptar la resignación. Los muertos del Jet Set no pueden ser solo cifras. Son un grito desgarrador que exige que cambiemos la forma en que gestionamos nuestras infraestructuras. No podemos seguir esperando la próxima tragedia para entonces, como siempre, comenzar a buscar culpables.

No esperemos que el Puente de La 17 se desplome para llorar otra vez. No juguemos más a la ruleta rusa con la vida de nuestra gente.

Urge actuar. Y urge ya.

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